Pocos lo saben: la razón por la que debes arrojar objetos oxidados al jardín

En el arte de la jardinería, a menudo se buscan soluciones orgánicas y eficientes para potenciar el crecimiento y la salud de las plantas. Una práctica poco convencional, pero sorprendentemente beneficiosa, es la de integrar objetos oxidados en la tierra del jardín. Lo que para muchos podría parecer basura metálica, para el suelo y las plantas representa una fuente valiosa de un micronutriente esencial, liberado de forma natural a medida que estos elementos se descomponen.
Por qué hay que arrojar objetos oxidados al jardín
Esta técnica ancestral aprovecha la capacidad de los metales ferrosos, una vez expuestos a la humedad y el aire, de transformarse en óxidos. Cuando estos objetos oxidados (como viejos clavos, tornillos, arandelas, herramientas en desuso o incluso pequeños trozos de metal) son enterrados en el jardín, comienzan un lento proceso de descomposición. Durante este proceso, liberan gradualmente óxidos de hierro directamente al suelo, enriqueciéndolo de una manera natural y sostenida.
La utilidad de esta práctica es especialmente notable en suelos que son naturalmente "pobres" o deficientes en nutrientes. En estos entornos, donde las plantas luchan por obtener los elementos necesarios para su desarrollo óptimo, el aporte de hierro proveniente de los objetos oxidados puede marcar una diferencia sustancial. Actúa como un fertilizante lento y orgánico que mejora la composición del suelo sin necesidad de aditivos químicos.
El hierro es un micronutriente absolutamente fundamental para el desarrollo saludable de las plantas. Su rol más conocido es en la estimulación de la producción de clorofila, el pigmento verde responsable de la fotosíntesis. Una planta con suficiente hierro mostrará hojas de un verde más intenso y vibrante, lo que indica una mayor eficiencia en la conversión de la luz solar en energía.
Además de promover una coloración saludable, el hierro desempeñado por estos objetos ayuda a prevenir la clorosis férrica. Esta es una condición común que se manifiesta con el amarilleamiento de las hojas (especialmente entre las nervaduras), un claro síntoma de deficiencia de hierro. Al asegurar un suministro adecuado de este mineral, se evita este problema, permitiendo que las plantas mantengan su vitalidad y capacidad fotosintética.
En un beneficio adicional, el hierro también contribuye a mejorar la resistencia general de las plantas frente a diversas amenazas. Un sistema vegetal bien nutrido con este micronutriente es más capaz de defenderse contra el ataque de plagas y de combatir enfermedades que puedan surgir en el suelo, resultando en un jardín no solo más verde y exuberante, sino también más robusto y resiliente.